miércoles, 12 de junio de 2024

Elizondo, Valle del Baztán, Navarra, España

Partimos de madrugada, con la camper cargada de provisiones y llenos de entusiasmo. El destino, Elizondo, en el encantador Valle del Baztán, Navarra. Atravesamos carreteras, rodeados de montañas cubiertas de una espesa vegetación, y a cada kilómetro, el paisaje se volvía más impresionante.

Al llegar a Elizondo, el principal núcleo urbano del Valle del Baztán, nos recibieron calles empedradas y  nos llamaron la atención un sinnúmero de casas señoriales con balcones adornados de flores.

Nos detuvimos en el casco antiguo de Elizóndo, en la Plaza de los Fueros, el corazón del pueblo, donde los locales se reunían y el aroma de los panes recién horneados nos tentaba desde las panaderías cercanas. Admiramos el Palacio de Arizkunenea, una impresionante edificación del siglo XVIII, y la iglesia de Santiago, con su impresionante campanario.

No podíamos irnos sin probar quesos locales, que compramos en el mercadillo al aire libre que ponían todos los jueves, donde también compramos unas botellas de sidra que en cuanto se enfriaron fueron el menú de ese día. Cada bocado era un homenaje a la rica tradición culinaria del valle.

El Valle del Baztán es un paraíso para los amantes de la naturaleza, así que decidimos emprender una ruta de senderismo. Elegimos el sendero que lleva a las Cuevas de Urdazubi-Urdax, un recorrido que nos ofreció vistas espectaculares de colinas verdes y bosques frondosos. El aire fresco y limpio y el canto de los pájaros nos acompañaron durante todo el camino.

Aprovechamos nuestra estancia para visitar algunos de los pintorescos pueblos cercanos. En Ziga, subimos a su mirador desde donde se puede contemplar todo el valle, una vista que quita el aliento. En Amaiur, recorrimos el pequeño pueblo y subimos al Monte Gaztelu para ver las ruinas del castillo y el monumento a los últimos defensores de Navarra.

Uno de los momentos más mágicos del viaje fue nuestra visita al bosque de Quinto Real. Nos internamos en este bosque de ensueño, donde los robles centenarios y los helechos gigantes creaban un ambiente casi sobrenatural. El susurro del viento entre las hojas y el suave crujir de nuestras pisadas en la hojarasca nos hicieron sentir parte de un cuento de hadas.

Con el corazón lleno de memorias y la promesa de volver, nos despedimos de Elizondo. Nuestro viaje en camper por el Valle del Baztán fue una experiencia que nos conectó profundamente con la naturaleza y la cultura de Navarra. 

Aunque ya habíamos leído uno de los libros de Dolores Redondo, a partir de ahora nos leeremos los que nos faltan de la trilogía, y seguro que lo haremos con otros ojos, llenos de paisaje y personajes imaginarios más reconocibles.

Encendimos el motor de nuestra camper y emprendimos el camino de regreso, sabiendo que llevábamos con nosotros un pedacito de este valle mágico.

El Valle del Baztán y Elizondo nos ofrecieron una mezcla perfecta de historia, naturaleza y hospitalidad. Cada rincón del valle escondía una nueva aventura y nos dejó con el deseo de explorar aún más en futuras escapadas.







La mejor manera de evitar que un prisionero escape es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión.

Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura.

Algunas personas son tan falsas que ya no distinguen que lo que piensan es lo contrario de lo que dicen.

Soy tan buena persona, que si mando a alguien a la mierda, a los cinco minutos lo estoy llamando a ver si ha llegado bien.

Golpean al lobo hasta que muerde, y luego dicen que es malo.

La vida es el arte de encontrarse.





El problema de la vivienda, es el mismo en todos sitios.



El hombre es aceptado en la iglesia por sus creencias, y rechazado por sus conocimientos.






Menos mal que en Elizondo sólo se habla Vasco y Castellano y no estábamos en ningún país anglófono.

Nadie se da cuenta de que algunas personas gastan una tremenda energía simplemente para ser normales.

Los cobardes nunca empiezan, los débiles nunca terminan, los ganadores nunca se rinden.

Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo.



Cómo culpar al viento del desorden, si fui yo quien dejó la  ventana abierta.





 

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