sábado, 28 de septiembre de 2024

Sisteron, Francia

 El viaje hacia Sisteron nos llevó a través de un paisaje que cambiaba a cada kilómetro, dejando atrás los imponentes Alpes para adentrarnos en las tierras más cálidas y bañadas por el sol de Provenza. La camper avanzaba por carreteras rodeadas de colinas doradas, campos de lavanda y olivares que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Sisteron, conocida como "la Puerta de Provenza," nos esperaba con su mezcla única de historia, naturaleza y encanto.

Al llegar, lo primero que llamó nuestra atención fue la impresionante Ciudadela de Sisteron, una fortaleza que se alzaba majestuosa sobre un acantilado. Aparcamos la camper a las afueras del casco histórico, desde donde pudimos admirar cómo la ciudad parecía tallada en la roca misma, abrazada por el río Durance que fluía sereno bajo el puente de piedra.

Subimos hacia la ciudadela, siguiendo un camino que zigzagueaba entre jardines y muros antiguos. Desde lo alto, la vista era espectacular: las montañas de los Alpes al norte y el paisaje de Provenza al sur. Dentro de la fortaleza, exploramos pasadizos, terrazas y salas que narraban siglos de historia. Nos imaginamos a los guardianes de antaño, vigilando desde esas alturas estratégicas, y entendimos por qué este lugar era conocido como el "centinela de Provenza".

Descendimos hacia el casco antiguo, donde las calles estrechas y empedradas nos guiaron a través de un laberinto de casas de colores pastel con contraventanas pintadas. Las tiendas locales ofrecían productos típicos: miel de lavanda, jabones artesanales y aceites de oliva. Hicimos una pausa en una panadería para probar una fougasse recién horneada, un pan aromático que llenó el aire de fragancias deliciosas.

El río Durance, que fluía tranquilamente al pie de la ciudad, nos invitó a acercarnos. Caminamos por su ribera, disfrutando del sonido del agua y la sombra de los árboles que bordeaban el camino. Algunos habitantes locales pescaban pacientemente, mientras otros paseaban o simplemente se sentaban a contemplar la belleza del lugar.

Más tarde, visitamos la Catedral de Nuestra Señora y San Thyrse, un edificio románico que combinaba la sencillez de su diseño con una atmósfera profundamente espiritual. Su interior, fresco y silencioso, nos ofreció un momento de pausa para reflexionar sobre el viaje y la riqueza de los lugares que habíamos conocido.

Con el atardecer, Sisteron se transformó en un espectáculo de luces y sombras. Los rayos del sol bañaban la ciudadela y las casas del pueblo, mientras el cielo adquiría tonos dorados y rosados. Nos acomodamos cerca del río con una cena sencilla preparada en la camper, acompañados por el suave murmullo del agua y las primeras estrellas que aparecían en el firmamento.

Esa noche, mientras Sisteron dormía bajo la luz de la luna, nos sentimos afortunados de haber descubierto este lugar único. En la unión de los Alpes y Provenza, Sisteron no era solo un destino; era un puente entre mundos, un recordatorio de la belleza que surge cuando la historia y la naturaleza se entrelazan.





















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