El viaje hacia Vilafranca del Penedès, en el corazón de la región vinícola catalana, estuvo lleno de anticipación. Las colinas ondulantes cubiertas de viñedos formaban un paisaje que parecía sacado de una postal, mientras la camper avanzaba entre caminos flanqueados por hileras de vides perfectamente alineadas. A medida que nos acercábamos, el aire se llenaba de una fragancia dulce, mezcla de uvas maduras y tierra cálida. Este era un lugar donde la tradición vinícola estaba profundamente arraigada, y sabíamos que cada rincón tendría algo especial que ofrecer.
Al llegar, estacionamos la camper cerca del centro histórico, un lugar donde el pasado y el presente parecían fundirse. Nuestra primera parada fue la Basílica de Santa María, un majestuoso edificio gótico que dominaba el horizonte de la ciudad. Sus vitrales coloreados proyectaban una luz cálida y tranquila en su interior, creando un ambiente de serenidad que invitaba a la contemplación.
Desde allí, comenzamos a explorar el casco antiguo, con sus calles estrechas y empedradas bordeadas por casas señoriales con balcones de hierro forjado. Visitamos la Plaza Mayor, el corazón vibrante de Vilafranca, donde locales y visitantes se reunían en terrazas para disfrutar de un café o una copa de vino. La plaza estaba adornada con banderines y flores, dando un aire festivo que reflejaba el espíritu acogedor del lugar.
Uno de los puntos culminantes de nuestra visita fue el Museo de las Culturas del Vino de Cataluña (VINSEUM). Allí, nos sumergimos en la historia y el arte de la vinificación, desde los métodos tradicionales hasta las innovaciones modernas. Cada sala del museo nos acercaba más al alma del Penedès, y al final, disfrutamos de una cata de vinos que nos permitió saborear el carácter único de la región.
Después del museo, nos dirigimos a las afueras de la ciudad para visitar una de las bodegas familiares que rodeaban Vilafranca. Nos recibieron con una calidez que nos hizo sentir como en casa, y recorrimos los viñedos mientras aprendíamos sobre las uvas locales como el Xarel·lo, el Macabeo y el Parellada, esenciales para la producción del Cava. La visita terminó con una degustación en un pequeño salón con vistas a las colinas. Cada sorbo capturaba el sol, la tierra y la tradición del Penedès.
Para la tarde, volvimos al centro y nos deleitamos con una comida típica en un restaurante local. Platos como el "xató", una ensalada con bacalao y una salsa de almendras y avellanas, y el suculento cordero al horno, nos hicieron entender por qué esta región no solo es famosa por su vino, sino también por su gastronomía.
Con el atardecer, Vilafranca del Penedès se llenó de una luz dorada que bañaba los viñedos y los edificios históricos. Regresamos a la camper con algunas botellas de vino y recuerdos del mercado local, listos para disfrutar de una tranquila velada en un área cercana.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban sobre los campos de vid y el suave aroma de la tierra llenaba el aire, reflexionamos sobre lo especial de este lugar. Vilafranca del Penedès no es solo un destino; es una experiencia que combina la riqueza de su tierra, la pasión de su gente y la magia del vino en una perfecta armonía que queda grabada en .nuestra memoria
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