domingo, 18 de mayo de 2025

Plovdiv, Bulgaria

La carretera se extendía ante nosotros como un hilo de historias aún por tejer. A bordo de nuestra fiel camper, cada kilómetro nos acercaba a la mítica Plovdiv, una de las ciudades más antiguas del mundo. Atrás quedaban los campos dorados y las montañas que custodiaban secretos de siglos. La emoción crecía con cada curva, hasta que, finalmente, las calles empedradas de Plovdiv nos dieron la bienvenida.

El sol caía despacio sobre el casco antiguo, pintando las fachadas renacentistas con un resplandor dorado. Al llegar al Teatro Romano, nos encontramos con una joya de la Antigua Roma, construida durante el reinado del emperador Trajano. Con capacidad para entre 5,000 y 7,000 espectadores, sus gradas de mármol se extendían en una elegante curva, abrazando el escenario donde, siglos atrás, se representaban obras clásicas. Nos sentamos en los antiguos asientos, imaginando el bullicio de la multitud y el eco de los actores en la orquesta. La vista desde lo alto era impresionante: el teatro se abre hacia la ciudad, con el telón de fondo de las montañas Ródope.

Bajo la bulliciosa Plaza Dzhumaya, descubrimos los restos del Estadio Romano de Filipópolis, construido en el siglo II durante el reinado del emperador Adriano. Este estadio, que en su época albergaba hasta 30.000 espectadores, fue escenario de competiciones deportivas y eventos públicos. Nos maravillamos con la arquitectura de sus gradas de mármol y los detalles tallados en piedra, que aún conservan inscripciones en griego y latín. La mezcla de historia y vida moderna en este lugar nos dejó fascinados.

Luego, nos adentramos en el Museo Etnográfico Regional, ubicado en la Casa Kuyumdzhioglu, una mansión del siglo XIX con una impresionante arquitectura barroca. Sus salas nos transportaron a la vida cotidiana de Bulgaria en siglos pasados, con exposiciones de textiles, instrumentos musicales y artesanías. Cada rincón de la casa estaba decorado con intrincados techos de madera tallada y frescos que reflejaban la riqueza cultural de la región. Nos detuvimos en el patio interior, donde el aroma de las flores y la tranquilidad del lugar nos envolvieron en una atmósfera mágica

Luego recorrimos el Casco Antiguo que fue como viajar en el tiempo. Sus calles empedradas serpenteaban entre casas coloridas con balcones de madera y fachadas decoradas con motivos florales. Nos detuvimos en pequeñas tiendas de artesanos, donde descubrimos joyas de plata, cerámica y bordados tradicionales. La historia se respiraba en cada esquina, desde las antiguas murallas hasta las iglesias ortodoxas con sus cúpulas doradas. La mezcla de estilos arquitectónicos, desde el Renacimiento Búlgaro hasta el Barroco, nos dejó maravillados.

Finalmente, ascendimos a Nebet Tepe, una de las colinas más antiguas de Plovdiv, donde los primeros asentamientos datan del 4000 a.C.. Desde lo alto, la vista de la ciudad era espectacular: el río Maritsa serpenteaba entre los edificios, mientras el sol teñía el horizonte de tonos dorados. Nos sentamos en las ruinas de la antigua fortaleza, imaginando cómo los tracios, romanos y bizantinos habían defendido este lugar estratégico. La brisa fresca y la sensación de estar en un sitio cargado de historia nos hicieron sentir parte de algo mucho más grande.

Cada rincón de Plovdiv nos dejó una huella imborrable, una mezcla de historia, cultura y belleza que convirtió nuestro viaje en una experiencia inolvidable.
























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