El sol despuntaba en el horizonte cuando nuestra camper se puso en marcha hasta Tulcea, en Rumanía, Después de Constanza, nuestro camino discurrió nuevamente por impresionantes llanuras, que ningún pintor podría igualar en los matices verdes y sienas del paisaje y azules del cielo , que observamos hasta llegar a nuestro próximo destino.
Al llegar al puerto de Tulcea, dejamos muestra camper a la orilla del rio y embarcamos con varios compañeros mas, que nos haríamos amigos durante el viaje, en una ligera lancha listos para surcar el delta del Danubio y el Mar negro. A medida que avanzábamos por los senderos bordeados de vegetación exuberante, nos encontramos rodeados por un concierto natural, el graznido de cormoranes secando sus alas al sol, el elegante vuelo de las garzas blancas, y el paso solemne de las cigüeñas entre los humedales.
Desde la cubierta, pudimos admirar también la magia de este mundo acuático. Los nenúfares flotaban como estrellas verdes sobre la superficie del agua, entrelazados con los reflejos dorados del sol.
Dos especies de pelícanos compartían el cielo y el río, los pelícanos comunes, con sus impresionantes picos, y los pelícanos ceñudos, cuyos rostros rosados les otorgaban un aire singular. Entre ellos, charranes ágiles trazaban giros en el aire, buscando con precisión su próxima presa.
Nos dirigimos a la reserva de caballos salvajes, un santuario donde la naturaleza desplegaba toda su grandiosidad. En los prados amplios, los cisnes descansaban en las aguas tranquilas, mientras las manadas de caballos que vimos a lo lejos en libertad, sus crines danzando con el viento. Era una escena de pura belleza y poder, un testimonio de la armonía entre flora y fauna.
Cuando llegamos al puerto, nos despedimos de nuestros compañeros de viaje, con quienes habíamos compartido experiencias y sensaciones.
El día se desvaneció en un horizonte encendido de rojos y naranjas, reflejado en los espejos de agua y en la vastedad de los campos.
Al caer la noche, con la luna iluminando las sendas que recorrimos, comprendimos que este viaje había sido mucho más que un traslado, fue una inmersión profunda en un ecosistema vibrante, donde cada criatura y cada planta contaban su propia historia bajo el cielo infinito.
Nuestro particular capitán Haddock, un maestro en conducir la embarcacion, pero como sólo hablaba rumano, no sabemos si maldecía o usaba palabros como el personaje de Tintín. |
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Lo mejor de viajar, es conocer gente interesante, sin curriculum pasado ni futuro, compartir intensamente un momento y pensar que algún día podamos vernos de nuevo. |
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