La mañana era fresca y clara cuando comenzamos nuestra visita con la llegada a Bakio, donde estacionamos nuestra camper en un área cercana y nos preparamos para la caminata de subida al monasterio de San Juan de Gaztelugatxe, en Bakio, en la costa de Vizcaya. La vista del océano Atlántico se extendía majestuosamente ante nosotros, con las olas rompiendo contra los acantilados y el aire salado llenándonos de energía. Desde el aparcamiento nos preparamos para hacer la caminata de cuatro km. de ida y cuatro de vuelta. por empinadas cuestas de piedra en su mayoría, hasta la pequeña isla rocosa, coronada por la ermita, conectada a tierra firme por un sinuoso puente de piedra.
Comenzamos el ascenso por un sendero empinado, rodeado de vegetación exuberante y salpicado de miradores que ofrecían vistas espectaculares del mar y la isla. Cada paso nos acercaba más a nuestra meta, y la anticipación crecía con cada curva del camino. La atmósfera estaba cargada de emoción, y el rugido del océano a lo lejos proporcionaba una banda sonora natural a nuestra aventura.
Al llegar al pie del sendero, nos encontramos frente al icónico puente de piedra que conecta la costa con la isla. Este puente, con sus antiguos escalones de piedra, se elevaba sobre las aguas turbulentas, marcando el inicio de la verdadera ascensión. La estructura parecía desafiar el tiempo, y nos sentimos como si estuviéramos siguiendo los pasos de innumerables peregrinos que, a lo largo de los siglos, habían hecho el mismo recorrido.
Empezamos a subir los 241 escalones de piedra que conducen a la cima. Cada paso era una mezcla de esfuerzo y admiración, ya que las vistas a nuestro alrededor eran simplemente impresionantes. A nuestra izquierda, el acantilado caía abruptamente hacia el mar, y a nuestra derecha, el camino se enroscaba serpenteante, ofreciendo vistas panorámicas de la costa y el vasto océano. Las olas rompían con fuerza contra las rocas, y el viento traía consigo el aroma salado del mar.
Hacíamos pequeñas pausas en los descansillos para recuperar el aliento y tomar fotografías del impresionante paisaje. A medida que ascendíamos, la ermita de San Juan de Gaztelugatxe se hacía más visible, su silueta destacándose contra el cielo azul. El esfuerzo físico de la subida se veía recompensado con cada paso, y la sensación de estar tan cerca de nuestra meta nos motivaba a seguir adelante.
Finalmente, llegamos a la cima. La ermita, dedicada a San Juan Bautista, nos recibió con su austera pero encantadora fachada de piedra. Entramos en su interior, donde el ambiente tranquilo y reverente nos invitaba a reflexionar y dar gracias por la experiencia. Siguiendo la tradición, tocamos la campana tres veces y pedimos un deseo. El sonido resonante de la campana se mezcló con el rugido del mar, creando un momento mágico que quedará grabado en nuestra memoria.
Desde la cima, las vistas eran espectaculares. El océano Atlántico se extendía en todas direcciones, y podíamos ver la costa vasca, con el cabo de Matxitxaco en todo su esplendor. Nos quedamos un rato en silencio, simplemente absorbiendo la majestuosidad del lugar.
Después de pasar un tiempo en la cima, comenzamos nuestro descenso, disfrutando nuevamente de las vistas y del aire fresco. Cada paso hacia abajo nos recordó la increíble experiencia que habíamos vivido, y la satisfacción de haber alcanzado la cima de uno de los lugares más icónicos del País Vasco.
De vuelta en nuestra camper, nos sentamos a descansar, mientras tomamos un café helado, mirando hacia la ermita que se destacaba en la distancia. El viaje a San Juan de Gaztelugatxe, desde Bakio, había sido un desafío físico y una gran experiencia, una combinación perfecta de naturaleza, e historia. Mientras nos preparábamos para partir, sabíamos que habíamos vivido algo realmente especial, una aventura que quedaría con nosotros para siempre.
Todo lo que ocurre, siempre es lo mejor de lo que puede ocurrir.
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