Partimos de madrugada, ansiosos por nuestro viaje en camper a Elantxobe, pintoresco pueblo costero en Vizcaya. El cielo todavía estaba oscuro cuando dejamos atrás la ciudad anterior, pero el aire fresco de la mañana y la promesa de la aventura que nos aguardaba nos llenaban de energía. Conducir por las tranquilas carreteras vascas mientras el sol comenzaba a despuntar en el horizonte tenía algo mágico, y el paisaje que nos rodeaba se iba desvelando poco a poco con los primeros rayos de luz.
Al llegar a Elantxobe, nos quedamos sin palabras. El pueblo, encaramado en una empinada ladera que desciende directamente hacia el mar Cantábrico, parecía sacado de una postal. Aparcamos nuestra camper en una zona elevada desde donde teníamos una vista panorámica espectacular de las coloridas casas de pescadores, el puerto y el vasto océano que se extendía más allá.
Decidimos comenzar nuestra visita con un paseo por las estrechas y empinadas calles del pueblo. Cada esquina revelaba una nueva sorpresa, balcones llenos de flores, pequeñas plazas con fuentes y miradores que ofrecían vistas impresionantes del mar. La arquitectura tradicional vasca, con sus casas de fachadas blancas y tejados rojos, confería al pueblo un encanto único.
Nuestra primera parada fue el puerto, el corazón de Elantxobe. Los barcos de pesca amarrados y las redes secándose al sol nos recordaban la rica herencia marinera del lugar. Nos sentamos en un banco, observando el ir y venir de los pescadores y los lugareños que saludaban con familiaridad. Decidimos probar el marisco fresco en un pequeño restaurante junto al puerto, donde nos deleitamos con una ración de txipirones a la plancha y una buena copa de txakoli, el vino blanco típico de la región.
Después, subimos a uno de los miradores más altos del pueblo. La caminata fue empinada, pero las vistas desde la cima valieron cada paso. Desde allí, podíamos ver el mar rompiendo contra los acantilados y el puerto en miniatura debajo de nosotros. La inmensidad del océano y la serenidad del entorno nos dejaron una profunda impresión.
De regreso al pueblo, hicimos una parada en la iglesia de San Nicolás de Bari. Este templo, con su imponente campanario y su interior acogedor, es un testimonio de la historia de la comunidad de Elantxobe. Pasamos un rato en silencio, apreciando la tranquilidad del lugar y la belleza de sus vitrales.
Regresamos a nuestra camper, estacionada en un lugar desde donde podíamos ver las luces del pueblo reflejadas en el agua del puerto.
Partimos hasta nuestro próximo destino habiendo disfrutado de Elantxobe y su rica historia y su impresionante entorno natural, que nos había dejado una huella imborrable. Sabíamos que este viaje sería uno de los que recordaríamos siempre, un momento de conexión con la naturaleza, la cultura y, sobre todo, con nosotros mismos.
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