El sol despuntaba en el horizonte cuando emprendimos nuestro viaje en camper rumbo a Szeged, Hungría. Con el tanque lleno y la emoción palpable, dejamos atrás el bullicio de la ciudad y nos sumergimos en el abrazo de la carretera.
Cada kilómetro recorrido nos regalaba postales cambiantes: campos dorados ondeando con la brisa, pequeñas aldeas con tejados rojos y carreteras que serpenteaban junto a ríos centelleantes. Las conversaciones, intercaladas con risas y planes para la llegada, hacían que el viaje se sintiera aún más especial.
Al llegar a Szeged, la ciudad nos recibió con su esplendor arquitectónico y la vibrante energía de sus calles. La Plaza Dom brillaba con su imponente catedral, y el aroma de la cocina local nos guiaba como un hilo invisible hacia los mercados y restaurantes. Nos dejamos llevar por la esencia de Szeged, explorando sus puentes, degustando su famosa sopa de pescado y perdiéndonos entre sus callejuelas llenas de historia.
La noche trajo consigo un cielo despejado, ideal para sentarnos junto a nuestra camper y compartir historias bajo las estrellas. Con el sonido lejano del río Tisza y una brisa suave, nos dimos cuenta de que este viaje no solo nos había llevado a un nuevo destino, sino que también nos había regalado momentos inolvidables.
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