jueves, 28 de noviembre de 2024

Sigüenza, Guadalajara, España


El viaje en camper hacia Sigüenza nos llevó por paisajes de suaves colinas, campos dorados y pequeños pueblos que parecían haber detenido el tiempo. Cuando finalmente avistamos la ciudad, el majestuoso castillo medieval dominaba el horizonte, prometiéndonos una experiencia llena de historia y encanto.

Nuestra primera parada fue el Castillo de Sigüenza, una fortaleza reconvertida en parador que aún conserva su aire de grandeza medieval. Subimos por el puente levadizo y paseamos por los jardines interiores, mientras imaginábamos cómo debió ser la vida en sus muros hace siglos. Desde las alturas, las vistas de la ciudad eran impresionantes: tejados rojizos y la majestuosa catedral destacaban en el paisaje.

Siguiendo nuestro recorrido, llegamos a la Catedral de Santa María de Sigüenza, una joya del arte gótico y románico. Al entrar, nos encontramos con la imponente nave principal, bañada por la luz de las coloridas vidrieras. En la Capilla de los Arce, contemplamos el famoso sepulcro del Doncel, una obra maestra del renacimiento español. Su expresión serena, recostado con un libro en las manos, nos dejó una impresión inolvidable.

Desde la catedral, nos dirigimos a la Plaza Mayor, el corazón vibrante de la ciudad. Flanqueada por soportales y edificios renacentistas, el ambiente tranquilo de la plaza nos invitó a hacer una pausa. Nos sentamos en una terraza, disfrutando de una caña fresca y unas tapas mientras observábamos la vida local pasar.

Explorando más allá, llegamos a la Casa del Doncel, un palacio medieval perfectamente conservado que nos transportó al pasado. Allí descubrimos detalles sobre la historia de la familia Vázquez de Arce y la importancia del arte y la cultura en Sigüenza durante el siglo XV.

Por la tarde, nos adentramos en las calles estrechas y empedradas del barrio medieval, donde el tiempo parecía haberse detenido. Cada rincón ofrecía una postal: portones de madera, balcones llenos de flores y pequeñas tiendas de artesanía. No podíamos dejar de visitar la Ermita del Humilladero, sencilla pero cargada de historia, justo a la entrada de la ciudad.

Fuera del casco urbano, hicimos una breve escapada al Parque Natural del Barranco del Río Dulce, un paraíso para los amantes de la naturaleza. Caminamos por senderos bordeados de rocas y vegetación, mientras el río Dulce nos acompañaba con su murmullo. El paisaje, que inspiró al mismísimo Félix Rodríguez de la Fuente, era un contraste perfecto con la atmósfera medieval de la ciudad.

Por la noche, aparcamos nuestra camper en un área tranquila y preparamos la cena con la ciudad iluminada como telón de fondo. Sigüenza, con sus imprescindibles monumentos y su aura de historia viva, se quedó en nuestro corazón como uno de esos lugares a los que siempre se quiere regresar.



  



Inténtalo una y otra vez, hasta que el miedo te tenga miedo.



Para llevarse bien no se necesitan las mismas ideas, se necesita el mismo respeto.


 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Medinaceli, Soria, España

La mañana empezaba fresca y serena, perfecta para un viaje que prometía paisajes cautivadores y un rincón histórico que parecía atrapado en el tiempo.

Nos dirigimos hacia Medinaceli, una joya medieval enclavada en las alturas de la provincia de Soria. El camino nos llevó por carreteras que serpenteaban entre colinas onduladas, sus laderas teñidas de verdes y ocres según dictaban los caprichos de la estación.

Al llegar, la silueta del Arco Romano nos dio la bienvenida, majestuoso y solitario, testigo de siglos de historia. Este arco de triple vano, único en la península ibérica, marcaba nuestro primer alto en el recorrido. Al descender de la camper, el aire puro de la meseta nos envolvió, y el eco de nuestros pasos sobre las piedras antiguas parecía contar historias de legiones y mercaderes que cruzaron aquel mismo umbral.

Paseamos luego por las empedradas calles de Medinaceli, donde el tiempo parecía haberse detenido. Los balcones de las casas colgaban flores vibrantes, y pequeñas tiendas de artesanía ofrecían recuerdos únicos. Nos detuvimos en la Plaza Mayor, un espacio amplio y recogido, donde el sol acariciaba las fachadas de piedra y las sombras jugaban en los soportales. Allí nos sentamos en una terraza, disfrutando de un café y un rato de calma, contemplando la majestuosa silueta de la Colegiata de Santa María de la Asunción.

Nuestro siguiente destino fue el Castillo de Medinaceli, un bastión medieval que ofrecía vistas impresionantes de los alrededores. Desde lo alto, la vista se desplegaba en un mosaico de campos y montañas distantes, pintado por la luz del atardecer. Sentados en una de las almenas, sacamos nuestros bocadillos y disfrutamos de un almuerzo sencillo, rodeados por la historia y el murmullo del viento.

Antes de regresar a la camper, no podíamos dejar de visitar el Convento de las Clarisas, famoso por sus deliciosos dulces caseros. Compramos un par de cajas de yemas y pastas, un dulce recuerdo que prometía extender el sabor de Medinaceli más allá de sus límites.

Con el sol cayendo lentamente, regresamos a la camper. Mientras nos alejábamos, el cielo se teñía de un vibrante naranja y rosa, reflejando el día perfecto que habíamos vivido. La villa de Medinaceli, con su aura mágica, desaparecía en el retrovisor, pero quedaba grabada en nuestra memoria.

El camino de regreso fue tranquilo, con música suave y la promesa de futuras aventuras. Medinaceli nos había regalado una experiencia inolvidable, y nuestra camper nos recordaba que el viaje, más allá del destino, es donde se forjan los recuerdos más preciados.

No se hace más fácil, tu te haces mas fuerte.


Los charcos reflejan lo que somos mejor que los espejos.


Si cuando despiertas por la mañana estas bien de salud, ya es un gran día.



No hay que tomarse nada personalmente, las personas dan lo que son.


No era insomnio, era mente en caos.


domingo, 24 de noviembre de 2024

Vinaixa, Lérida, España

 El día comenzó con un aire de expectación en un nuevo destino. Esta vez, el mapa nos guiaba hacia Vinaixa, un pequeño pueblo de la comarca de Les Garrigues, en Lleida, famoso por sus paisajes de piedra seca, olivos centenarios y su arquitectura rústica, pero cautivadora.

El trayecto nos llevó por caminos secundarios bordeados de almendros y muretes de piedra que parecían recitar versos antiguos. El paisaje, austero y hermoso, era una oda al trabajo del hombre y la naturaleza en perfecta comunión.

Al llegar, dejamos la camper aparcada cerca del antiguo lavadero municipal, una construcción humilde pero llena de historia, que aún resonaba con los ecos de tiempos pasados, cuando las mujeres acudían a lavar la ropa y compartían historias bajo el sol.

Nuestra primera parada fue la Iglesia de Sant Joan Baptista, una joya gótica que se alzaba imponente en el corazón del pueblo. Su robusta estructura de piedra y su campanario eran un recordatorio de la devoción y el esfuerzo de generaciones pasadas. Entramos al interior, donde la luz se filtraba por los vitrales creando un juego de colores sobre las paredes.

Desde allí, paseamos por las calles estrechas y empedradas, descubriendo rincones llenos de encanto. Muchas de las casas tenían detalles de piedra seca, un testimonio del arte ancestral que define esta región. Los habitantes, cálidos y acogedores, nos saludaban al pasar, encantados de compartir su pueblo con quienes buscaban su magia tranquila.

A poca distancia del núcleo urbano, exploramos las barracas de piedra seca, pequeñas construcciones dispersas por los campos. Estas estructuras, utilizadas como refugios por agricultores, son un símbolo de la vida rural y un testimonio de la simbiosis entre el hombre y el entorno. Allí, sentados bajo la sombra de un olivo, nos detuvimos a almorzar, disfrutando de pan rústico con aceite de oliva virgen extra local, un manjar que nos conectaba directamente con la tierra.

Por la tarde, visitamos una cooperativa agrícola, donde aprendimos sobre la producción del aceite de oliva de Les Garrigues. La visita culminó con una degustación: aromas frutados y notas de almendra y hierba fresca bailaban en nuestro paladar mientras el sol comenzaba a declinar.

Antes de partir, dimos un último paseo por los alrededores, donde las tonalidades doradas del atardecer teñían los campos y las piedras. De regreso a la camper, hicimos una última parada en una pequeña panadería para llevarnos unas cocas típicas de la región, un dulce recuerdo para el camino.

El regreso fue tranquilo, con el motor de la camper zumbando suavemente y el paisaje desapareciendo en la penumbra. En nuestro interior, nos llevábamos la serenidad de Vinaixa, un pueblo que, en su aparente simplicidad, había dejado una huella imborrable en nuestros corazones. Una vez más, comprobamos que los pequeños rincones del mundo son los que guardan los mayores tesoros.
 
  






Y si el barco se hunde, lo volvemos submarino, aquí podemos con todo.


Tu vida se mueve siempre en la dirección a tu pensamiento mas fuerte.








 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Civitavecchia, Roma, Italia

La camper ronroneaba suavemente mientras nos acercábamos a Civitavecchia, el antiguo puerto de Roma, abrazado por el mar Tirreno y rebosante de historia. El día prometía un equilibrio perfecto entre aventura y relajación, con el azul del mar como telón de fondo y la promesa de descubrir los secretos de esta ciudad costera que nos llevaría con su crucero hasta Barcelona para finalizar nuestro viaje por Italia.

Nuestra primera parada fue el icónico Forte Michelangelo, una imponente fortaleza renacentista diseñada, en parte, por el mismísimo Miguel Ángel. Desde sus robustos muros, que alguna vez protegieron el puerto, contemplamos los barcos atracados y el incesante ir y venir de marineros y viajeros. Mientras explorábamos sus rincones, era fácil imaginar el bullicio de épocas pasadas, cuando el puerto era una puerta crucial hacia Roma.

Nos dirigimos después al Mercato di Piazza Regina Margherita, donde el aire estaba impregnado del aroma de pescado fresco, especias y frutas maduras. Paseamos entre los puestos, charlando con los comerciantes locales y degustando aceitunas y quesos. Fue imposible resistirse a comprar algunos productos frescos para un almuerzo improvisado más tarde.










Lo peor de la soledad, es extrañar a alguien que aún existe.






jueves, 21 de noviembre de 2024

Santa Severa, Italia

La camper avanzaba con suavidad por la carretera costera, con el aroma salino del mar entrando por las ventanas. Nuestro destino, Santa Severa, nos esperaba con su castillo de cuento de hadas y playas doradas, un rincón donde la historia y la naturaleza se encontraban en perfecta armonía.

Al llegar, lo primero que captó nuestra atención fue el majestuoso Castello di Santa Severa, que se alzaba imponente junto al mar, como un centinela eterno. Aparcamos la camper en una zona tranquila cercana y nos dirigimos hacia esta joya medieval, cuya historia se remonta a la época etrusca y romana.

Cruzamos el puente que conducía al castillo, dejando atrás el bullicio moderno y adentrándonos en un mundo de torres, murallas y vistas impresionantes del mar Tirreno. Recorriendo su interior, descubrimos el Museo del Mar y de la Navegación Antigua, donde aprendimos sobre la rica conexión marítima de la región. Cada rincón del castillo ofrecía una postal perfecta, especialmente desde las almenas, donde el horizonte parecía infinito.

Después del recorrido, decidimos explorar la playa que se extendía a los pies del castillo. Las aguas cristalinas nos invitaban a un chapuzón refrescante. Extendimos una toalla sobre la arena y disfrutamos de un almuerzo sencillo pero delicioso: pan fresco, queso pecorino, tomates maduros y un poco de vino local que habíamos comprado en una enoteca de camino.

Por la tarde, nos aventuramos a caminar por los senderos cercanos al castillo, bordeados de arbustos mediterráneos y flores silvestres. Las vistas del mar y la silueta del castillo recortada contra el cielo azul eran inolvidables.

Antes de partir, no pudimos resistirnos a dar un último paseo por las pequeñas tiendas de artesanía local cercanas al castillo. Allí encontramos cerámicas pintadas a mano y botellas de aceite de oliva que llevamos como recuerdos de este mágico lugar.

Con el sol empezando a bajar, volvimos a la camper. Mientras nos alejábamos, echamos un último vistazo al Castello di Santa Severa, su reflejo dorado en las aguas del Tirreno despidiéndose de nosotros. La carretera de regreso estuvo acompañada por el murmullo de las olas y la sensación de haber descubierto un rincón donde el tiempo parecía detenerse. Una vez más, comprobamos que los viajes en camper nos regalaban no solo paisajes, sino momentos para atesorar.

¿Qué pasaría si desapareciese el sol ahora mismo?. 








martes, 19 de noviembre de 2024

Lago Sirico, Cosenza, Italia

El día amanecía claro y tranquilo mientras comenzábamos una nueva aventura. Esta vez, el camino nos llevaba al Lago Sirico, un paraje poco conocido en la región de Campania, donde la naturaleza y la historia se encontraban en un abrazo armonioso.

La carretera serpenteaba entre colinas verdes, con vistas de viñedos y olivares que parecían extenderse hasta el horizonte. Al acercarnos al lago, un aire de calma lo envolvía todo. Aparcamos la camper en un pequeño claro rodeado de álamos, con el canto de los pájaros y el susurro del viento como banda sonora.

Nuestro primer encuentro con el lago fue mágico: sus aguas cristalinas reflejaban el cielo como un espejo perfecto, y las montañas circundantes formaban un escenario natural digno de una pintura. Caminamos por el sendero que bordeaba el lago, un camino suave y sombreado por robles y castaños.

A mitad del recorrido, llegamos a una pequeña área arqueológica cercana. El Lago Sirico es conocido por estar rodeado de restos de asentamientos antiguos, vestigios de una historia que se remonta a los tiempos de los oscos y samnitas. Allí, exploramos un grupo de ruinas que incluían fragmentos de muros y utensilios de cerámica, imaginando la vida en aquellas épocas remotas.

Después, nos dirigimos a una orilla tranquila para disfrutar de una comida ligera. Extendimos una manta junto al agua y sacamos los productos frescos que habíamos comprado en un mercado local: focaccia, embutidos, quesos y frutas. Mientras comíamos, el paisaje parecía envolverse en un silencio meditativo, roto solo por el chapoteo ocasional de un pez o el vuelo de una garza.

 El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo y el lago de tonos dorados y naranjas. Fue un momento de absoluta conexión con la naturaleza,

Antes de regresar a la camper, dimos un paseo final por un pequeño pueblo cercano al lago, donde descubrimos una iglesia sencilla pero encantadora y una pequeña trattoria que ofrecía dulces locales. No pudimos resistirnos a probar unos struffoli y un café expreso, un broche perfecto para un día tan especial.

Con el corazón lleno de paz y la mente inundada de imágenes del Lago Sirico, emprendimos el camino de regreso. La camper avanzaba suavemente bajo el cielo estrellado, mientras nosotros hablábamos de lo afortunados que éramos de haber encontrado este rincón escondido, un lugar donde la serenidad era la verdadera protagonista. Una vez más, el viaje se transformaba en un recuerdo imborrable. 


Haz lo que sientas, no estamos aquí para siempre.






Las flores crecen a partir de los momentos más oscuros.