miércoles, 27 de noviembre de 2024

Medinaceli, Soria, España

La mañana empezaba fresca y serena, perfecta para un viaje que prometía paisajes cautivadores y un rincón histórico que parecía atrapado en el tiempo.

Nos dirigimos hacia Medinaceli, una joya medieval enclavada en las alturas de la provincia de Soria. El camino nos llevó por carreteras que serpenteaban entre colinas onduladas, sus laderas teñidas de verdes y ocres según dictaban los caprichos de la estación.

Al llegar, la silueta del Arco Romano nos dio la bienvenida, majestuoso y solitario, testigo de siglos de historia. Este arco de triple vano, único en la península ibérica, marcaba nuestro primer alto en el recorrido. Al descender de la camper, el aire puro de la meseta nos envolvió, y el eco de nuestros pasos sobre las piedras antiguas parecía contar historias de legiones y mercaderes que cruzaron aquel mismo umbral.

Paseamos luego por las empedradas calles de Medinaceli, donde el tiempo parecía haberse detenido. Los balcones de las casas colgaban flores vibrantes, y pequeñas tiendas de artesanía ofrecían recuerdos únicos. Nos detuvimos en la Plaza Mayor, un espacio amplio y recogido, donde el sol acariciaba las fachadas de piedra y las sombras jugaban en los soportales. Allí nos sentamos en una terraza, disfrutando de un café y un rato de calma, contemplando la majestuosa silueta de la Colegiata de Santa María de la Asunción.

Nuestro siguiente destino fue el Castillo de Medinaceli, un bastión medieval que ofrecía vistas impresionantes de los alrededores. Desde lo alto, la vista se desplegaba en un mosaico de campos y montañas distantes, pintado por la luz del atardecer. Sentados en una de las almenas, sacamos nuestros bocadillos y disfrutamos de un almuerzo sencillo, rodeados por la historia y el murmullo del viento.

Antes de regresar a la camper, no podíamos dejar de visitar el Convento de las Clarisas, famoso por sus deliciosos dulces caseros. Compramos un par de cajas de yemas y pastas, un dulce recuerdo que prometía extender el sabor de Medinaceli más allá de sus límites.

Con el sol cayendo lentamente, regresamos a la camper. Mientras nos alejábamos, el cielo se teñía de un vibrante naranja y rosa, reflejando el día perfecto que habíamos vivido. La villa de Medinaceli, con su aura mágica, desaparecía en el retrovisor, pero quedaba grabada en nuestra memoria.

El camino de regreso fue tranquilo, con música suave y la promesa de futuras aventuras. Medinaceli nos había regalado una experiencia inolvidable, y nuestra camper nos recordaba que el viaje, más allá del destino, es donde se forjan los recuerdos más preciados.

No se hace más fácil, tu te haces mas fuerte.


Los charcos reflejan lo que somos mejor que los espejos.


Si cuando despiertas por la mañana estas bien de salud, ya es un gran día.



No hay que tomarse nada personalmente, las personas dan lo que son.


No era insomnio, era mente en caos.


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