lunes, 18 de noviembre de 2024

Scilla, Reggio Calabria, Italia

La camper parecía compartir nuestra emoción mientras nos dirigíamos nuevamente a Scilla, aquel pueblo calabrés que, en nuestra primera visita, nos había robado el corazón. Ahora regresábamos con el deseo de redescubrirlo, explorar nuevos rincones y revivir su encanto único, donde las leyendas griegas y la belleza mediterránea se entrelazan.

Al llegar, la silueta de Chianalea, el barrio de pescadores, nos dio la bienvenida. Estacionamos la camper cerca del puerto y caminamos por sus estrechas callejuelas, que parecían flotar sobre el agua. Las casas se alzaban directamente desde el mar, y las pequeñas embarcaciones descansaban tranquilas junto a los muelles. El sonido de las olas golpeando suavemente las paredes de piedra nos recordó por qué este lugar es conocido como la “Pequeña Venecia del Sur”.

Nos detuvimos en una trattoria junto al agua, donde el aroma del mar se mezclaba con el de los platos que comenzaban a llegar a las mesas. Optamos por una comida sencilla pero exquisita: pescado fresco del día a la parrilla, acompañado de limones locales y un vino blanco ligero. La hospitalidad de los lugareños hizo que nos sintiéramos como en casa.

Por la tarde, subimos al imponente Castello Ruffo, situado en lo alto de un promontorio que parecía desafiar al mar. Desde allí, las vistas eran tan espectaculares como las recordábamos, con el azul del Tirreno extendiéndose hasta el horizonte y Sicilia dibujándose a lo lejos como una sombra mágica. Caminamos por las murallas y dejamos que la brisa marina nos envolviera mientras pensábamos en las leyendas de Escila, la ninfa transformada en monstruo que daba nombre a este lugar.

Decidimos explorar también la playa de Marina Grande, donde el sol parecía bañar la arena con su luz dorada. Extendimos una toalla y pasamos un rato contemplando el vaivén de las olas.


Antes de regresar a la camper, nos aventuramos a recorrer algunos senderos cercanos que nos llevaron a miradores naturales desde donde la vista del pueblo, con sus casas de colores y el castillo en el promontorio, nos dejó sin aliento. La puesta de sol comenzó a teñir el cielo de tonos naranjas y rosados, reflejándose en el mar con una intensidad mágica.

De vuelta en Chianalea, nos detuvimos en una pequeña heladería para disfrutar de un último capricho: un helado de bergamota, el cítrico típico de Calabria. El sabor refrescante era el cierre perfecto para nuestro día en Scilla, un lugar que nos había vuelto a conquistar con su autenticidad, su historia y su conexión íntima con el mar.

Al encender la camper para emprender el regreso, una luna brillante comenzaba a ascender sobre el horizonte. Scilla desaparecía lentamente en el espejo retrovisor, pero el recuerdo de sus calles, su castillo y su mar seguía vivo en nosotros. Este segundo viaje no solo había renovado nuestra admiración por este lugar, sino que nos había hecho prometer que algún día volveríamos por tercera vez.





 

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