La brisa marina acariciaba nuestra piel mientras la camper se adentraba por las famosas carreteras que serpentean a lo largo de la Costa Amalfitana. Las vistas eran tan espectaculares que parecía imposible que fueran reales: acantilados dramáticos cubiertos de vegetación, casas de colores pastel incrustadas en las laderas y un mar azul que brillaba bajo el sol. Amalfi, con su encanto histórico y su espíritu mediterráneo, nos esperaba como una joya reluciente al final del camino.
Estacionamos la camper en un área designada en las afueras, cerca de las colinas, ya que las estrechas calles del centro histórico no permitían el paso de vehículos grandes. Desde allí, un breve paseo nos llevó directamente al corazón de Amalfi. La mezcla de aromas a limones frescos, sal marina y flores era un preludio perfecto para lo que nos esperaba.
Nuestra primera parada fue el imponente Duomo de Sant’Andrea, con su fachada de rayas blancas y negras que domina la plaza central. Subimos los escalones que conducen a la catedral y nos detuvimos a admirar sus detalles bizantinos, románicos y barrocos. Dentro, la cripta de San Andrés, el santo patrón de Amalfi, era un lugar de profunda tranquilidad.
Al salir del Duomo, nos adentramos en las estrechas callejuelas de Amalfi, un laberinto de tiendas, cafeterías y pequeños talleres de artesanos. Aquí, los famosos limones de Amalfi eran protagonistas: en escaparates, en forma de limoncello y hasta en jabones y velas. Compramos un par de botellas de limoncello artesanal, perfectas para llevarnos un poco del espíritu de Amalfi en nuestro viaje.
Amalfi tiene una rica historia como uno de los principales productores de papel en la Edad Media, así que visitamos el Museo del Papel, ubicado en un antiguo molino de agua. Descubrimos cómo los artesanos elaboraban papel de alta calidad utilizando técnicas tradicionales. Incluso tuvimos la oportunidad de fabricar una hoja de papel a mano, un recuerdo inolvidable de la experiencia.
Nos dirigimos al puerto, donde barcos de pesca y elegantes yates se balanceaban bajo el cielo despejado. Aquí, encontramos un restaurante frente al mar y disfrutamos de un almuerzo delicioso, spaghetti alle vongole (espaguetis con almejas) acompañado de un vino blanco local. Mientras comíamos, el murmullo del mar y la vista de la costa nos ofrecieron un momento de pura serenidad.
Por la tarde, tomamos una breve excursión en barco hacia la Gruta Esmeralda, una cueva marina famosa por el color verde brillante de sus aguas. La luz que entraba por una abertura submarina iluminaba el interior de la cueva, creando un espectáculo mágico. El guía nos contó leyendas locales que añadieron un toque místico a la experiencia.
De regreso en Amalfi, decidimos caminar hacia Atrani, un pequeño pueblo vecino conectado por un sendero costero. Atrani es aún más tranquilo que Amalfi, con calles estrechas y una plaza pintoresca donde los locales se reunían al final del día. Desde allí, disfrutamos de una vista inigualable del sol poniéndose sobre el mar.
Volvimos a la camper para una cena ligera: pan crujiente, quesos locales y tomates frescos comprados en el mercado de Amalfi. Mientras las estrellas comenzaban a aparecer sobre las colinas, nos sentamos fuera del camper con una copa de limoncello en la mano, brindando por un día perfecto.
Amalfi nos había mostrado la esencia de la costa italiana: una combinación de belleza natural, historia rica y la calidez de un pueblo que vive al ritmo del mar. Mientras nos acomodábamos para dormir, con el sonido de las olas en la distancia, supimos que Amalfi siempre sería uno de esos lugares que vive en el corazón mucho después de que el viaje haya terminado.
Mañana, las curvas de la carretera nos llevarán a nuevos destinos, pero Amalfi será difícil de superar.









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Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre. |
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Hacen falta días malos para darte cuenta de lo bonitos que son el resto. |
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