El sol comienza a despuntar mientras nuestra camper avanza por las colinas sicilianas, dejando atrás el murmullo de la carretera principal. Módica se revela ante nosotros como un mosaico de piedra y luz, una ciudad dividida en dos niveles, como si la mano del tiempo la hubiese esculpido cuidadosamente en el paisaje. Nos estacionamos a las afueras, listos para explorar este rincón donde la historia, la arquitectura y el chocolate nos esperan.
Decidimos comenzar en Módica Alta, el corazón más antiguo y elevado de la ciudad. Ascendemos por las calles empedradas, y nuestra primera parada es la majestuosa Iglesia de San Giorgio. Sus escalones parecen un camino hacia el cielo, coronados por una fachada barroca que desafía el paso del tiempo. Desde aquí, las vistas son espectaculares: tejados rojizos y una ciudad que se despliega en capas como las páginas de un libro antiguo.
Caminamos entre casas encaramadas en las colinas, donde el murmullo de los vecinos y el aroma del pan recién horneado nos acompañan. Cada esquina nos regala detalles inesperados: balcones de hierro forjado, fachadas desgastadas por los siglos, y la sensación de que aquí todo tiene una historia que contar.
De vuelta en nuestra camper, tomamos una ruta panorámica que nos lleva hacia Módica Bassa, el vibrante corazón comercial y cultural de la ciudad. Aparcamos cerca del Corso Umberto I, la arteria principal, y dejamos que nuestros pasos nos guíen. A ambos lados, palacios y edificios barrocos nos recuerdan la grandeza de esta ciudad que se reconstruyó con esplendor tras el terremoto de 1693.
Imposible resistirnos a la fama de Módica como la capital del chocolate. Nos detenemos en una pequeña chocolatería, donde el aroma del cacao llena el aire. Aprendemos sobre su elaboración única, heredada de los antiguos métodos aztecas: granulado, sin manteca, puro y con una textura que cruje en cada mordida. Probamos sabores tradicionales como canela y vainilla, junto con combinaciones inesperadas como chile y sal marina. Cada pedazo es una explosión de sabor y tradición.
Seguimos hacia la Iglesia de San Pietro, con sus esculturas de los doce apóstoles que parecen custodiar la entrada. La luz del mediodía penetra los vitrales, llenando el interior de colores cálidos que intensifican la atmósfera solemne. Al salir, nos perdemos entre los callejones que serpentean hacia el río, descubriendo talleres artesanales y pequeñas tiendas.
De vuelta en la camper, nos dirigimos a un mirador cercano, donde estacionamos para disfrutar del atardecer. La luz dorada baña Módica, resaltando sus contornos como si un pintor hubiese trazado cada línea. Nos hicimos un café y nos dejamos envolver por el susurro del viento. Desde este punto, observamos cómo la ciudad, con sus luces titilantes, se transforma en un cuadro viviente, mientras el aroma del chocolate todavía persiste en nuestras manos.
Esa noche, bajo el manto estrellado de Sicilia, Módica queda grabada en nuestra memoria como un lugar de contrastes, historia y modernidad, dulzura y solemnidad, un rincón donde cada detalle invita a quedarse un poco más. ¿Qué nuevas maravillas nos regalará mañana?



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Ante la duda, la lengua muda. |
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Habla siempre que debas y calla siempre que puedas. |
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La rama que nace torcida, nunca se endereza. |
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Con Salvatore, mi homónimo fabricante de las famosas pipas en su fábrica de Módica, de donde han salido creaciones únicas para los más famosos usuarios de este producto en todo el mundo.
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Malo un rico empobrecido, peor un pobre enriquecido. |
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Rana que no canta, algo tiene en la garganta. |
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La escoba nueva barre bien, pero la vieja conoce todos los rincones. |
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Lo malo no es tropezar, lo malo es que te guste la piedra. |
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Ten cuidado, hay pájaros en el alambre. |
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