miércoles, 13 de noviembre de 2024

Ragusa, Italia

 En un día luminoso y cálido, nuestra camper serpentea por las carreteras de la Sicilia suroriental, adentrándose en el corazón de Ragusa, una joya que reluce entre colinas doradas. Las ruedas crujen suavemente sobre el asfalto mientras nos acercamos a la ciudad, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido entre iglesias barrocas y callejuelas empedradas.

Al estacionar nuestra casa sobre ruedas cerca del centro moderno, Ragusa Superiore nos da la bienvenida con una mezcla vibrante de vida cotidiana y vistas panorámicas. Subimos hacia la majestuosa Catedral de San Giovanni Battista, cuyas fachadas esculpidas cuentan historias de fe y arte. Desde allí, una breve caminata nos lleva a un mirador que revela a Ragusa Ibla, enclavada en el valle, como un tesoro esperando ser descubierto.

De vuelta en la camper, descendemos por una carretera sinuosa hacia Ibla, la parte más antigua de la ciudad. Aquí aparcamos cerca del Giardino Ibleo, un oasis de palmeras y fuentes que se alza como un balcón sobre el valle. Respiramos el aire perfumado por flores mediterráneas mientras la vista nos atrapa: un tapiz de tejados ocres y calles estrechas que descienden como ríos de piedra.

A pie, nos perdemos intencionalmente entre las callejuelas. Cada esquina nos sorprende con detalles: una ventana adornada con geranios, un arco antiguo que conecta dos casas, o una pequeña tienda donde compramos un helado artesanal. Llegamos a la Piazza Duomo, dominada por la imponente Iglesia de San Giorgio. Su cúpula resplandece bajo el sol, y los escalones parecen invitarnos a una pausa para admirar la arquitectura.

El aroma de la cocina siciliana nos guía hacia una trattoria pintoresca. Aquí probamos arancini, ravioli de ricotta y, por supuesto, el famoso cannolo, acompañado de un espresso intenso. Cada bocado es un tributo a la riqueza cultural de Ragusa y a la pasión de sus habitantes por mantener vivas sus tradiciones.

De vuelta en nuestra camper, nos dirigimos a las afueras de la ciudad, a un mirador desde donde contemplamos Ragusa al atardecer. Los tonos dorados se funden con el azul profundo del cielo, mientras las luces comienzan a parpadear en las casas y calles de Ibla, creando una atmósfera mágica. Nos sentamos junto al vehículo, sintiéndonos pequeños pero profundamente conectados con la historia y la belleza que nos rodea.

Esa noche, mientras descansamos en nuestra acogedora camper, el recuerdo de Ragusa permanece como un sueño vivido, un lugar donde cada rincón tiene un alma y cada momento cuenta una historia. ¿Y mañana? Sicilia tiene más secretos por revelar.

 



Piano piano, se arriba lontano.


Hay gente que te salva sin saberlo.


Al éxito no le importa tu edad.



Recuerdo cuando amarrábamos los perros con longaniza.



Hasta cada culo tiene un agujero.


A chillidos de marrano, oídos de carnicero.










El pez grande no es el que se come al chico, es el rápido el que se come al lento.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios