domingo, 24 de noviembre de 2024

Vinaixa, Lérida, España

 El día comenzó con un aire de expectación en un nuevo destino. Esta vez, el mapa nos guiaba hacia Vinaixa, un pequeño pueblo de la comarca de Les Garrigues, en Lleida, famoso por sus paisajes de piedra seca, olivos centenarios y su arquitectura rústica, pero cautivadora.

El trayecto nos llevó por caminos secundarios bordeados de almendros y muretes de piedra que parecían recitar versos antiguos. El paisaje, austero y hermoso, era una oda al trabajo del hombre y la naturaleza en perfecta comunión.

Al llegar, dejamos la camper aparcada cerca del antiguo lavadero municipal, una construcción humilde pero llena de historia, que aún resonaba con los ecos de tiempos pasados, cuando las mujeres acudían a lavar la ropa y compartían historias bajo el sol.

Nuestra primera parada fue la Iglesia de Sant Joan Baptista, una joya gótica que se alzaba imponente en el corazón del pueblo. Su robusta estructura de piedra y su campanario eran un recordatorio de la devoción y el esfuerzo de generaciones pasadas. Entramos al interior, donde la luz se filtraba por los vitrales creando un juego de colores sobre las paredes.

Desde allí, paseamos por las calles estrechas y empedradas, descubriendo rincones llenos de encanto. Muchas de las casas tenían detalles de piedra seca, un testimonio del arte ancestral que define esta región. Los habitantes, cálidos y acogedores, nos saludaban al pasar, encantados de compartir su pueblo con quienes buscaban su magia tranquila.

A poca distancia del núcleo urbano, exploramos las barracas de piedra seca, pequeñas construcciones dispersas por los campos. Estas estructuras, utilizadas como refugios por agricultores, son un símbolo de la vida rural y un testimonio de la simbiosis entre el hombre y el entorno. Allí, sentados bajo la sombra de un olivo, nos detuvimos a almorzar, disfrutando de pan rústico con aceite de oliva virgen extra local, un manjar que nos conectaba directamente con la tierra.

Por la tarde, visitamos una cooperativa agrícola, donde aprendimos sobre la producción del aceite de oliva de Les Garrigues. La visita culminó con una degustación: aromas frutados y notas de almendra y hierba fresca bailaban en nuestro paladar mientras el sol comenzaba a declinar.

Antes de partir, dimos un último paseo por los alrededores, donde las tonalidades doradas del atardecer teñían los campos y las piedras. De regreso a la camper, hicimos una última parada en una pequeña panadería para llevarnos unas cocas típicas de la región, un dulce recuerdo para el camino.

El regreso fue tranquilo, con el motor de la camper zumbando suavemente y el paisaje desapareciendo en la penumbra. En nuestro interior, nos llevábamos la serenidad de Vinaixa, un pueblo que, en su aparente simplicidad, había dejado una huella imborrable en nuestros corazones. Una vez más, comprobamos que los pequeños rincones del mundo son los que guardan los mayores tesoros.
 
  






Y si el barco se hunde, lo volvemos submarino, aquí podemos con todo.


Tu vida se mueve siempre en la dirección a tu pensamiento mas fuerte.








 

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