El rugido suave del motor nos acompañaba mientras la camper avanzaba hacia Caserta, una ciudad que prometía mostrarnos el esplendor de la realeza italiana y la tranquilidad de sus paisajes. Desde el momento en que vislumbramos las cúpulas y torres a la distancia, supimos que este sería un día especial.
Nuestra primera parada, cómo no, fue la Reggia di Caserta, el majestuoso palacio real construido por los Borbones de Nápoles. Aparcamos la camper en un lugar estratégico y, mochila al hombro, nos dirigimos hacia la entrada. La imponente fachada del palacio nos dejó sin aliento, pero fue al cruzar sus puertas que realmente comprendimos su magnificencia.
Los salones interiores, con frescos brillantes y lámparas de cristal que parecían flotar en el aire, nos transportaron a una época de opulencia. Cada detalle hablaba del poder y el refinamiento de los antiguos monarcas. Paseando por las estancias, desde la Sala del Trono hasta la Biblioteca Real, nos dejamos llevar por la historia y el arte que impregnaban cada rincón.
Pero la verdadera magia nos esperaba en los jardines reales. Extendiéndose más allá de lo que la vista podía alcanzar, los jardines eran un paraíso de fuentes, esculturas y estanques. Caminamos por la Gran Cascada, maravillándonos con la ingeniería y belleza del diseño barroco, mientras los chorros de agua danzaban al sol. La sensación de estar en un cuadro vivo era innegable.
Después de un almuerzo ligero preparado en la camper, con bruschettas, aceitunas y una botella de vino blanco local.
Con el sol bajando lentamente, exploramos el casco histórico de Caserta, perdiéndonos en callejuelas adoquinadas llenas de pequeños cafés y tiendas de artesanía. Un helado de pistacho, comprado en una heladería familiar, fue el toque dulce para cerrar la tarde.
De vuelta en la camper, estacionados en un rincón tranquilo con vistas al palacio iluminado, dejamos que la calma de la noche se instalara. En ese momento, bajo un cielo teñido de estrellas, reflexionamos sobre la riqueza de experiencias vividas en Caserta. La ciudad nos había regalado un día de lujo, historia y tranquilidad, y estábamos listos para continuar nuestro viaje con el corazón lleno de gratitud.
Sonríe, que la vida vuela. |
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