Nuestro viaje en la camper nos llevó a Lucca, una ciudad que, con su encanto medieval y su atmósfera tranquila, se erige como un oasis en el corazón de la Toscana. Al llegar, lo primero que notamos fue la imponente muralla renacentista que rodea el centro histórico, una de las mejor conservadas de Europa. Decidimos estacionar cerca de la entrada de la ciudad y caminar hacia el centro, listos para descubrir todo lo que Lucca tenía para ofrecer.
Lo primero que hicimos fue tomar un paseo por las murallas de Lucca, que hoy en día están convertidas en un recorrido peatonal y en una de las características más queridas de la ciudad. Estas murallas, construidas entre los siglos XVI y XVII, ofrecen vistas panorámicas de la ciudad y de sus alrededores. Nos sorprendió lo bien conservadas que estaban, y mientras caminábamos por su amplio corredor, nos sentíamos como si retrocediéramos en el tiempo. Desde la muralla, podíamos ver los tejados de terracota de los edificios, los jardines tranquilos y las zonas verdes que decoran el paisaje urbano.
El paseo por la muralla fue relajante, y pudimos ver a los lugareños disfrutando de un día soleado. Cada paso nos acercaba más al corazón de Lucca, mientras disfrutábamos de las vistas tanto del casco antiguo como de las colinas que rodean la ciudad.
Continuamos nuestro recorrido hacia el centro histórico de Lucca, donde la Piazza dell'Anfiteatro nos recibió con su estructura circular única. Esta plaza, que en tiempos romanos fue un anfiteatro, hoy alberga una serie de coloridos edificios que siguen la forma del antiguo coliseo. Nos detuvimos en uno de los cafés de la plaza para disfrutar de un espresso y observar la vida cotidiana de los habitantes de Lucca. La plaza estaba llena de personas, pero el ambiente seguía siendo apacible y relajado, como si el tiempo en Lucca se moviera a un ritmo diferente.
Luego, nos dirigimos a la famosa Torre Guinigi, una torre medieval que destaca en el horizonte de la ciudad. Lo peculiar de esta torre es que en su cima alberga un pequeño jardín con árboles, una característica única que la convierte en un símbolo de la ciudad. Subimos los empinados escalones para llegar a la cima y, al llegar, nos encontramos con una vista espectacular de Lucca, un mar de tejados rojos rodeado por las verdes colinas de la Toscana. Fue el lugar perfecto para tomar un respiro y admirar la belleza del paisaje.
A continuación, nos dirigimos a la Catedral de San Martín (Duomo di San Martino), una iglesia románica que se encuentra en la Piazza San Martino. La fachada de la catedral, con sus intrincados detalles en mármol, nos impresionó al instante. Al entrar, nos encontramos con un interior lleno de arte medieval, con frescos en las paredes y una atmósfera serena y silenciosa. La Lapis Lazuli, una piedra preciosa de color azul que decora el altar mayor, nos dejó fascinados por su belleza.
Tras nuestra visita al Duomo, caminamos hacia el Museo Nacional de Villa Guinigi, ubicado en una elegante villa renacentista. Este museo alberga una colección de arte y artefactos de la región, incluyendo una notable serie de pinturas de la escuela lucchese. Recorrimos las salas con calma, disfrutando de las obras de arte que narran la historia de Lucca a través de los siglos. Las frescas paredes de la villa, junto con su jardín bien cuidado, creaban un ambiente perfecto para sumergirse en la cultura y la historia local.
Después de un almuerzo delicioso, decidimos explorar las calles medievales de Lucca, donde se escondían pequeñas tiendas de antigüedades, boutiques de artesanía local y librerías llenas de encanto. La ciudad tiene un aire acogedor, y cada calle nos ofrecía algo nuevo por descubrir. Nos detuvimos en un mercado de antigüedades que se encontraba cerca de la plaza principal, donde exploramos objetos vintage y recuerdos de la Toscana.
Con la tarde desvaneciéndose lentamente, decidimos cenar en uno de los restaurantes en la Piazza Napoleone, una plaza amplia rodeada de edificios antiguos y hermosos. Nos sentamos en una terraza al aire libre, donde disfrutamos de una pasta alla lucchese, un plato típico de la ciudad que combina pasta fresca con carne de cerdo, hierbas y especias.
Acompañamos la cena con un buen vino tinto y, mientras el sol se ponía, nos deleitábamos con el ambiente sereno de la ciudad. Las luces de la plaza comenzaban a encenderse, creando una atmósfera mágica y romántica.
Para terminar el día, dimos un paseo tranquilo por las calles iluminadas de Lucca. El aire fresco de la noche nos envolvía mientras caminábamos, disfrutando de la calma que caracteriza a esta ciudad. Las murallas, las iglesias y los palacios de Lucca brillaban bajo la luz suave de la luna, y nos sentimos afortunados de haber podido descubrir una ciudad tan encantadora y tranquila.
Regresamos a la camper, estacionada cerca de las murallas, y nos acomodamos para descansar, sabiendo que Lucca había sido uno de los lugares más especiales de nuestra travesía por la Toscana.
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